jueves, 5 de noviembre de 2009

MI ENCUENTRO CON LA MUERTE



Hoy es un día de aquellos en los que le está permitido a uno pensar y, hasta quizás recordar todo lo que ha venido haciendo en su vida; reflexionar sobre lo que en ella ha acaecido y evocar los momentos en los que uno gozó de alguna grata o ingrata impresión. Es en ese discurrir de torturantes cavilaciones que rescaté de mi memoria, un hecho que me llevó al encuentro más cercano que he tenido con la muerte. Sí, ese estado del que muchos rehuyen hablar, mostrándose reticentes a expresar palabra alguna, como si al referirse a ella la estuvieran atrayendo hacia sí.

Pues bien, yo comparto la opinión del filósofo Epicuro, quien dice que temerle a la muerte es una necedad, toda vez que cuando ella llega, nosotros ya no estamos presentes para poder saber algo de ésta; siendo esto así, nosotros no podemos sufrir la muerte, vivirla, sólo más que metafóricamente. Podemos discutir sobre ella, claro está, pero lo haremos en forma referencial, de repente cuando mencionamos que tal o cual persona dejó de vivir por una u otra razón: asesinato, paro cardíaco, enfermedad incurable, suicidio, etcétera. Pero, si de algo se puede estar seguro es que, quien dice que ha experimentado la muerte, es un charlatán, un alucinado o, por último, un demente.

A muchos nos obsesiona este tema, quizá no porque deseamos alcanzarla pronto, sino más bien porque aceptamos que forma parte de la dialéctica de lo que llamamos vida, la aceptamos como correlato de ésta y es en esa medida que hablamos de ella con la más absoluta naturalidad y sin temor a estar atrayéndola o invocando su “temible presencia”.

Como les comenté al inicio, hoy que tengo tiempo de reflexionar y recordar cosas que me han sucedido en lo que van de mis ventiocho años, rescaté un hecho que podría ser calificado –siempre valiéndome de una metáfora- como el “encuentro más cercano que he tenido con la muerte”; éste se produjo gracias a la iniciativa de un profesor del curso de derecho procesal penal I, a quien si hay algo que le tengo que agradecer, es precisamente, el que me brindase la oportunidad de acercarme un poco a quienes la gran mayoría pretende eludir –inútilmente, claro está, en tanto que ésta, más temprano que tarde, a todos nos llega de forma inexorable-.

De aquella visita ya pasó bastante tiempo, sin embargo, para poder “in-mortalizar” esa experiencia, el titular que enseñaba el curso antes referido, tuvo la brillante idea de que escribiéramos algo acerca de aquel encuentro.

Esto fue lo que me dejó aquella visita y que ahora comparto con ustedes, o al menos con aquellos que hayan decidido terminar de leer este escrito referido a un tema bastante huidizo, sin que les haya causado estupor alguno.


LIBERACIÓN


Hoy presencié el estado más sublime del ser humano.

El cuerpo yacía en una mesa, enhiesto, diseccionado;

su rostro frío y amoratado, me hicieron sentir el hombre

más desdichado.


Hoy que él ya no siente nada, pienso que quizás ésta fue un regalo;

puesto que ya no tendrá que padecer las torturas de la vida diaria:

crímenes cometidos por civiles, por soldados, Estados terroristas

o economías de mercado.


Hoy él descansa en paz –si es que ésta alguna vez se alcanza-

porque ya se ha liberado de la podredumbre que gobierna al orbe:

magnates en sus noches de francachelas, mientras millones de

párvulos duermen en las aceras.


Hoy presencié el estado más sublime del ser humano,

el momento en el que éste ha sido liberado.

1 comentario:

  1. Ese... Me gustò màs la parte introductoria que el poema... ¡Vamos, arriba ese ànimo!

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