martes, 9 de febrero de 2010

NUEVAS FORMAS DE SUICIDIO

Ya que se me agoto la imaginación para escribir algo interesante, me permito colgar este artículo
de gravitante interés para muchas personas, incluyéndome entre ellas, desde luego.






TRIBUNA: JULIO CARO BAROJA
Nuevas formas de suicidio
JULIO CARO BAROJA 26/01/1984



La idea del suicidio parece que, por rachas, se presenta a jóvenes y a viejos. Personalmente puedo decir que he pensado en él, más en la vejez que en la juventud, Pero no con el, propósito de llevarlo a cabo sino, más bien, como una posible terminación de la vida en la que hay que pensar, fría y desapasionadamente. Si los secuaces del brahmanismo la han considerado honorable... por algo será, pese a judíos, cristianos y mahometanos.Desde hace mucho se sabe que los países católicos del sur y del oeste de Europa tienen menor, número de suicidas que los protestantes del norte. Pero, por otra parte, el suicidio de los hombres civilizados se consideraba (como lo consideraba Durkheim) un "acto egoísta", causado por razones personales, a diferencia de los "suicidios altruistas", fundados en ideas colectivas, en punto al honor sobre todo, propios de sociedades primitivas, arcaicas o arcaizantes, Se decía también que entre gente mayor, en épocas de depresiór económica y a fines de primavera y comienzos de verano, se daban tasas mayores de suicidio. El suicidio hay que considerarlo, pues, como otro hecho social cualquiera. Pero implica, también, una reconsideración de las mismas valoraciones de los, sociólogos y psicólogos en el examen de hechos que hoy se hallan relacionados con el suicidio mismo y que presentan novedad sensible.

Del suicidio como de una forma de contagio social se sabe bastante desde antiguo. En el capítulo 13 de las memorias juveniles de Goethe hay unas estupendas páginas sobre el suicidio. Porque él,, que es considerado como el más olímpico de los literatos durante años, en la juventud fue un ser atormentado, por enfermedades y pensamientos tétricos: pensamientos de suicidio precisamente. Vio así también más claro que nadie cómo muchos jóvenes alemanes de su generación pasaron por situación parecida a la suya y cómo algunos sucumbieron ante la tentación obsesiva. Goethe pensaba que ésta, en gran parte, se hallaba condicionada por, lecturas y especialmente por influencia de la literatura: inglesa. Cuando era ya viejo confesaba a Eckerman que sólo había leído una vez y 10 años después de publicado el Werther; y cuando era ya en verdad un personaje olímpico, hubo otro movimiento literario que produjo bastantes suicidios juveniles: el romántico. La memoria del poeta inglés, contemporáneo del mismo Goethe, Chatterton, que se envenenó con arsénico a los 18 años, fue ensalzada, y el joven o adolescente considerado como un héroe de la juventud de 1830. Pasan las generaciones y a fines del siglo XIX vuelve a haber otra fase de inquietud suicida entre los jóvenes, artistas y literatos. Pero esto parece que es poca cosa desde el punto de vista estadístico frente a los suicidios de banqueros, hombres de negocios y gente por el estilo de nuestra época. También de enfermos y viejos cansados. Hay memorables casos de suicidio por aburrimiento y Goethe en su análisis se refiere a cierto inglés que se suicidó porque le cansaba vestirse y desnudarse todos los días. Bien. Este aburrimiento u otro muy parecido existe hoy en parte de la juventud, que lo evita llevando la misma ropa meses, sin desnudarse y sin suicidarse individualmente pero sí de modo colectivo, en común. Goethe mismo se detuvo a pensar sobre cuál era la forma más bella de suicidio: rechazó el ahorcarse, el abrirse las venas, el envenenarse y otras conocidas y llegó a la consecuencia de que el suicida más elegante de la historia había sido el emperador Othon, que se clavó un puñal en el corazón al ser derrotado... y después de un alegre convite con amigos fieles. Hay, pues, suicidios y también motivos de suicidio. Ahora vemos cómo jóvenes (que no se parecen en nada a Othon ni a cualquier otro atildado dandy romano de su época, en trance de hacer lo mismo que éste hizo) se reúnen en rincones sórdidos llenos de cascarrias y buscan la muerte lenta mediante la droga, el estupefaciente. Yo no sé cómo clasificaría Durkheim a esta forma de suicidio colectivo. Egoísta parece que es, individual no, porque se busca "en común". Y desde luego, no tiene más que una lejana semejanza con los suicidios románticos chattertonianos o los irónicos othonianos o petronianos. El nuevo suicidio de la juventud no está fomentado por la lectura de las Noches de Young o de algún tremendo poema o novelón inglés del XVIII. Está "dirigido" por industriales y agricultores, y el suicida puede ser casi analfabeto álalo.

¿A quién hay que atacar? No al suicida en su miseria, claro está, sino al que provoca el suicidio en su riqueza. Por los periódicos nos llegan de continuo noticias espantosas acerca del comercio mundial de estupefacientes. Un comercio organizado como cualquier otro de productos normales, productos que, en lo futuro y en general, habrá que dividir en dos clases: bienes de consumo y males de consumo. Porque no hay que engañarse. El dinero non olet: lo dijo Vespasiano cuando su hijo le reprochó lo del impuesto sobre los urinarios de Roma. ¡Si oliera! En los bancos, donde todo está, por lo general, tan relimpio y brillante, tan desinfectado, no se podría parar. Tampoco en las bolsas, en las lonjas de comercio y en las embajadas de algunos países, dejando algunos ministerios aparte. Pero no. En todos esos sitios no hay malos olores. Donde puede oler mal es donde hay poco dinero y donde no lo hay: en las aulas de algunas facultades por ejemplo. También pueden oler los que no lo tienen, aunque sean buenísimas personas. Resulta que, además, flamantes Estados que viven en parte de los estupefacientes pueden tener gobernantes no menos flamantes, dispuestos a salvar al prójimo, a redimir a países que viven en discordia y guerra, etc.

El comercio de armas ha producido la muerte de generaciones y generaciones de hombres jóvenes. Pero ahora el comercio de drogas produce el suicidio lento, colectivo, de grupos de jóvenes que ni siquiera serán ensalzados ni glorificados como héroes anónimos, soldados desconocidos de una causa más o menos inteligible. Hoy la economía del mundo puede producir este terrible efecto, a la vista más o menos indiferente, más o menos asustada del espectador, mientras que el sociólogo procurará aclarar qué nueva clase de suicidio tiene ante sí. El suicidio colectivo producido por la libertad económica en países tecnificados, que salen del subdesarrollo a la civilización.