viernes, 23 de octubre de 2009

EL FUTBOL DE BARRIO


Ante la escasez de imaginación y la carencia de acontecimientos relevantes que comentar, me veo obligado a abordar un tema de carácter personal, pero del que seguro muchos se sentirán identificados: el futbol de barrio.

Siendo el menor de tres hijos y el único hombre de la descendencia de mi padre, él, henchido de la alegría que anegaba su pecho ante el nacimiento del varoncito, siempre apoyó la idea de que yo practicara el deporte del cual es fanático.

Nunca me escatimó permiso alguno para la práctica de esta disciplina -en realidad de ninguna actividad deportiva-, es más, desde muy pequeño me llevaba al estadio para ir a alentar al equipo de sus amores, el que tiene más campeonatos en su haber y en el cual han hecho gala de su técnica y garra los mejores futbolistas de antaño y de la actualidad.

Desde muy pequeño, el fútbol ocupó gran parte de mi vida diaria, aunado al gusto de mi padre por el deporte rey, estaba el hecho de que mi tío materno haya sido ex arquero del Centro Iqueño y, además, árbitro FIFA. De tal manera que no había forma alguna de encontrarme desligado de la pasión de multitudes.

Cuando tendría alrededor de 5 o 6 años, hice mis primeros amigos por la zona donde vivía, aunque en realidad ya tenía uno, pero lamentablemente a éste aún no lo dejaban salir a la calle, lo que con el tiempo se dio y lo llevó a adueñarse del arco, del cual -hasta la fecha- no lo destrona nadie. Ese es mi pata José, aunque casi todos por la casa le decimos Jose o..., ahí no más. Además de ser un buen arquero, era quien se encargaba de hacer mis tareas de matemáticas y física, materias que en el colegio no eran precisamanete mis predilectas.

Como les decía, en mi primer lustro de vida, hice mis pininos en tema de trabar amistades, es así que mientras jugaba con mi Leono en la puerta de mi casa, escuché una voz que me decía si podíamos jugar a los Thundercats. Yo, resolví que sí y fue entonces como logré mi primer amigo de barrio -con el que por cierto soy muy ingrato hasta la fecha, pero que pese a ello considero como un hermano-. Me dijo su nombre, pero como implicaba la pronunciación de una "erre" y yo sufría de "frenillo", lo llamaba Chembi. A parte de ser mi mejor amigo de la zona en la que domiciliaba, es quien me enseñó a subirme a micros y caminar por las calles de barrios distintos al mío.

Desde luego, y como en todo barrio, siempre hay un abusivo. Un pata que siempre quiere hacer sentir su "superioridad", pero que en el fondo, es uno de los amigos al que más se le aprecia, pese a las chanzas del que uno es víctima, de las constantes patadas con sus toperoles directos a la canilla, de los gritos, etcétera. Mayor que nosotros por tres años, responde al nombre de César, aunque el se hace llamar "El zurdo", "Tu Padre" y demás apelativos que denotan su mega ego. Sin embargo, a este "oscuro personaje" le debo mi afición a la salsa y el disputar cada balón con rudeza. Gracias a él se que "o pasa el balón o pasa el jugador pero jamás ambos".

Así podría pasar revista a mis otros amigos del barrio, pero por cuestiones de extensión -mas no de menor o mayor grado de amistad- tengo que obviar para así poder abordar el meollo del asunto, el motivo por el cual yo considero que el futbol de barrio es inigualable e incomparable frente al que se puede practicar en el colegio o en el trabajo, por mecionar algunos ejemplos.

En la zona en donde yo vivía, convivíamos todos los estratos sociales: gente de muchos recursos ecónomicos, de medianos recursos y de poco poder adquisitivo; empero, había una regla de oro: "TODOS ERAMOS IGUALES". De ahí que cuando jugaramos contra otros barrios -a los que modestía aparte casi siempre le ganábamos a todos- cada uno de nosotros tenía una sola consigna que era dejar bien en alto el nombre de "Santa Carmela", hoy "Daniel Hernández" (por el absurdo antojo del alcalde del distrito), pero para todos más conocido como "Comuco II", nuestro bien amado y defendido barrio.

Recuerdo todas y cada una de las "pichangas" que jugábamos en todo tipo de terreno: pista, parque, tierra y bajo cualquier condición atmosférica, ya sea bajo un asfixiante calor, una copiosa lluvia, o un día lóbrego, de esos que normalmente deprimen a cualquier otro mortal. Sin embargo, para nosotros, impetuosos muchachos nunca había ocasión para dejar de patear un balón, así no fuera de fútbol, improvisábamos con los de baloncesto y voleybol y en seguida empezába la batalla en el campo de juego.

Cada uno tenía una característica especial en su juego. Nuestro arquero, Jose, era avesadísimo, no le importaba si la superficie estuviera colmada de piedras, vidrios, clavos oxidados, él igual se lanzaba -o se arrastraba- en pos del esférico. Chembi, era el de la pausa, el de toque fino, siempre guardando la calma. César, ¡ya se imaginaran!, era el que desmoralizaba al rival pateando los famosos "cañonazos", el que iba a chocar con el rival, el que daba precisos pases al vacío para aprovechar la velocidad de los delanteros. Recuerdo que siempre nos decía: "Si el otro equipo tiene un buen arquero, nuestra misión es inutilizarlo, pero no cometiéndole faltas, sino anulándolo psicologicamente, ¡métele un "puntazo" a la cara y vas a ver que después no va a querer tapar ningún tiro". Desde luego, nosotros muy obedientes cumplíamos sin chistar el "consejo" y, cuando lo poníamos en práctica, él nos contestaba con su lacónico: "¡Ya ves, ya ves!

Así fueron pasando los años, y nuestro equipo desarrolló su propia conciencia futbolística, pues, si se habla de una conciencia de clase -esa categoría marxista tan importante y olvidada por la mayoría de los trabajadores actuales-, ésta, tranquilamente puede extrapolarse al fútbol, más aún al de mi entrañable barrio de Santa Carmela, mi "Comuco II". Nosotros eramos conscientes de que o ganábamos todos o perdíamos todos. Acá, estaba vetada la ambición personal y el protagonismo de un sólo jugador. Nadie se lucía así hubiera una chica mirándonos, y que a alguno de nosotros le interesara. Nosotros vencíamos en cada juego al peor enemigo del hombre y de su desarrollo: el egoísmo, la pura ambición personal.

Desde luego, como no existe paraíso alguno, teníamos discusiones dentro del campo de juego, pero tratábamos siempre de solucionarlas por el bien del equipo y también para evitar que hacer escándalos que importunaran la tranquilidad de los vecinos, entre los cuales se encontraban los que nos botaban de la pista, los que acuchillaban nuestros balones y los que llamaban a los serenos, a quienes, desde luego, nunca le prestábamos oídos. En la lucha por practicar nuestro deporte, siempre fuimos invencibles. Es más, en una oportunidad una camioneta de Serenazgo nos compelió a subirnos en la tolva y nos llevó a una zona roja denominada: "Los Intocables".

Uno de los miembros nos dijo: "Ahora pues, pónganse bravos acá". Grande fue la sorpresa de ese sujeto cuando le brindamos las gracias por el aventón, porque ahí se encontraban "los malandros" -como ellos los denominaban- que eran nuestros amigos y rivales de anteriores juegos de fútbol. ¡Les salió el tiro por la culata! ¡Ayyyyyy!

Sin embargo, y como dice la canción del ídolo de mi amigo César - mi mentor en cuanto a música salsa se refiere-, Hector Lavoe, "todo tiene su final, nada dura para siempre...". La mayoría de mis amigos se mudaron y con ello vino la división del grupo. Con pocos integrantes ya las pichangas se hicieron menos frecuentes, las escasísimas oportunidades en las que nos podíamos volver a juntarnos para jugar, siempre se veían frustradas porque uno tenía que trabajar, otro tenía que cuidar a sus hijos o simple y llanamente porque caíamos presa de la desidia, de la ingratitud.

Ahora, sigo practicando el fútbol, pero la verdad es que mi pasíon por este deporte murió cuando mi barrio se desintegró. Jugarlo con otras personas, amigos de mi colegio por ejemplo, me entusiasma sobremanera, pero cuando algo muere ya no lo resucita nadie y mucho más para quienes no creemos en "otras vidas", "vidas eternas" o "milagros". El momento de solaz al patear un balón ya no suscita en mi la alegría de vivir el futbol, de hacerlo parte de mi ser. Hay quienes dicen que es porque ya me pesan el paso de los años, otros que me gano la afición por la lectura. En verdad, cada quien puede darme la razón que le plazca para mi desinterés por mi ex pasión; pero, la única y auténtica razón es que cuando se desintegró mi barrio, perdimos nuestra única y batalla final. No nos vencierón los barrios rivales, sino las circunstancias del destino: la falta de agua y luz en las viviendas de algunos de mis amigos que se vieron forzados a mudarse. Nos venció el legítimo derecho de muchos de ellos querer brindarle mejores condiciones de vida a su familia. Nos derrotaron sí, pero nos queda el placer de saber que en las pichangas de barrio siempre fuimos ganadores, aún cuando de repente otros equipos anotaran más goles que nosotros, porque jamás nos superaron en el impetú por defender el honor del barrio y, por sobre todo, en disfrutar la dicha de jugar en equipo y de no perder jamás nuestra identidad al jugar este hermoso deporte.

miércoles, 14 de octubre de 2009

A PROPÓSITO DE LA DISCUSIÓN SOBRE EL HIMNO NACIONAL


Se ha desatado todo un debate por el “descubrimiento” de una estrofa apócrifa de nuestro himno nacional, y ¿de cuál se trata?, pues precisamente de la que toda la mayoría de connacionales tiene conocimiento, la que entonamos desde que tenemos uso de razón: la primera estrofa.

¿Quién es una de las personas que propugna la eliminación del estribillo aludido? Pues, nada menos que el “versadísimo” e inefable Ministro de Defensa, Rafael Rey, quien esgrime como argumento para llevar a cabo su propósito, que dicho fragmento del himno “resulta para muchos peruanos ingrato y hasta ofensivo”[1], pero no sólo eso, sino que –para darle un respaldo legal- invoca, además, el hecho de que el Tribunal Constitucional sancionó que esa primera copla no era de la autoría de José de la Torre Ugarte, quien como ya es de público conocimiento fue el creador de la letra de nuestro himno nacional, mientras que José Bernardo Alcedo compuso la música del mismo.

Ahora, si analizamos los versos materia de cuestionamiento, podemos constatar que, efectivamente, hace alusión a una etapa muy triste y oprobiosa que padecimos en manos de extranjeros, quienes no sólo invadieron y saquearon a manos llenas nuestro territorio y riquezas, sino que nos dejaron el peor legado del que hasta ahora no nos liberamos: el complejo de inferioridad. Complejo que se ve reflejado en todos los ámbitos de la sociedad peruana: nuestra población, nuestra política, nuestro deporte, etcétera.

Prueba de lo antes referido, en el ámbito social es, por ejemplo, que siempre se considere que las personas de rasgos nórdicos, caucásicos o eslavos, pueden captar mayor la atención del público en una estrategia publicitaria, anuncios comerciales, conducción de programas de televisión, en desmedro de la personas de rasgos cobrizos o afro-descendientes. Otra prueba, esta vez en el ámbito político, está en la continua prosternación en cuanta negociación se trata entre el gobierno y las grandes corporaciones extranjeras. Quienes nos gobiernan sostienen que no se le puede exigir demasiados requisitos legales y éticos a las empresas, porque de hacerlo ellas se van con sus inversiones y así el país no podrá salir adelante. El complejo radica en este caso, en creer que no estamos frente a un par, que no tenemos una condición de igualdad respecto a nuestro interlocutor, o quien haga el papel de parte frente a la negociación de un Contrato o Tratado, verbigracia. En lo que respecta al ámbito deportivo, mejor dejarlo de lado, ya que resulta humillante ver como los jugadores de la selección de fútbol cada vez que enfrentan a rivales de renombre ya sean brasileros, argentinos o uruguayos, lo primero que hacen al comenzar y terminar el partido es solicitarle a sus “ídolos” que le regalen sus camisetas. ¡Que patético, realmente!

En toda esta batahola suscitada por la eliminación de la primera estrofa del himno nacional, hay una serie de interrogantes que nos llaman poderosamente la atención y que a continuación pasamos a enunciar: ¿Deben resultar humillantes y oprobiosos a los peruanos los versos que componen el estribillo cuestionado? ¿Son nuestros gobernantes consecuentes al eliminar esa primera copla, acusándola de ser agraviante a la mayoría de los compatriotas y de que exacerba el derrotismo en nuestra población? ¿El eliminar esa copla y reemplazarla por la sexta estrofa aumentará nuestro orgullo patrio, nos convertirá en seres con una autoestima a prueba de balas, eliminara nuestros complejos tan solo por entonar sus notas en nuestro himno nacional?

Respecto a la primera interrogante, consideramos que lo que en ella se enuncia no es nada más que la fiel realidad, ¿o es que acaso no padecimos el dominio y la explotación del reino de España durante casi cuatro siglos?, ¿no hubo una situación de esclavitud que padecieron nuestros hermanos selváticos por el boom del caucho? ¡Por favor, no hay peor lastre para una sociedad que el que ésta niegue su historia!

En lo referido a la segunda pregunta, debemos hacerle recordar a nuestros políticos que ellos son los menos autorizados para hablar de agravios hacia los peruanos, cuando éstos son una sarta de ladrones que medran de los cargos que ostentan, cuando la mayoría de ellos están envueltos en delitos de corrupción de funcionarios, y precisamente por negociaciones o venta a precios irrisorios de bienes o patrimonios que corresponden a todos los peruanos, a los que ahora se precian en defender. ¡Cuánto cinismo por parte de esta clase parasitaria! Dicen que la estrofa de marras promueve la actitud derrotista en los ciudadanos, cuando a diario se nos informa de sendas derrotas por parte del gobierno en materia de lucha contra la pobreza, combate a la corrupción, negociaciones de tratados –sobre todos los acuerdos comerciales que protegen la industria farmacéutica del signatario extranjero que impide la venta de medicamentos genéricos a bajos precios para quienes viven con menos de un dólar diario, los que con estas medidas están condenados a morir lentamente- entre otras.

Por último, responderemos a la tercera interpelación, la cual alude al orgullo patrio y la eliminación de la actitud derrotista de la que hacemos gala la mayoría de peruanos. Creemos que el argumento esgrimido por el Ministro de Defensa y miembros del gobierno, no sólo es risible, sino que carece de toda lógica. Primero, es risible porque son nuestros políticos quienes encabezan el escalafón de los “seres” que más vergüenza nacional nos causan, son los que llevan a pensar que la política es un gran negocio que permite poder salir de la pobreza, constituyen el peor lastre para que la gran mayoría de los peruanos se superen, en resumen, son la escoria de nuestra sociedad. Segundo, es ilógico porque uno no desarrolla un orgullo patrio tan solo por entonar las notas del himno nacional, de creerlo así, deberíamos cantarlo durante 24 horas y todos los días, para que de esta manera opere una suerte de acondicionamiento que nos premuna de una alta dosis de amor a la patria y así esforzarnos por dejar en alto el nombre del Perú en una competencia deportiva, negociación política, o cualquier otro evento en el que estemos representando a nuestro país, por ejemplo.


En resumen, la eliminación de la primera estrofa del himno nacional y su sustitución –arbitraria desde luego- por la sexta estrofa para ser entonada en las escasísimas ocasiones en las que lo hacemos, no le resta ni le reditúa orgullo alguno a los peruanos. Lo anunciado por el gobierno, en los berreos del Ministro de Defensa no son sino muestra de un chauvinismo deleznable, y la pretensión de querer negar nuestra sufrida, pero no por eso bien reconocida historia, olvidándose nuestras autoridades que como reza aquel refrán: “La historia está escrita con sangre, pueden encubrirla, pero no cambiarla”. Y es precisamente la historia quien juzgará a nuestros políticos y a todos los cómplices de éstos –empresarios, testaferros y socios comerciales- como los responsables en gran medida de haber entronizado el abyecto legado colonial: el complejo de inferioridad de los peruanos. El cual debe ser superado –sin duda ha de ser muy ardua la lucha por erradicarlo- en aras de recuperar la dignidad y la autoestima que debemos tener todos lo peruanos por formar parte de un país que prodiga no sólo grandes estructuras arquitectónicas, una variada flora y fauna, hermosas reservas naturales, sino por sobre todo, porque contamos con una gente emprendedora que sabe sobreponerse y salir adelante ante las desgracias y el abandono que quienes no hacen otra cosa sino mancillar a nuestra patria, esa gente, sí, es la que hace uno se sienta orgulloso de ser peruano.

miércoles, 7 de octubre de 2009

LA ENSEÑANZA DE LA JUSTICIA EN LA CARRERA DE DERECHO


Mucho se ha dicho, se dice y se dirá acerca de que el Derecho tiene como finalidad alcanzar la justicia, para así poder mantener la paz en una sociedad; sin embargo, como estudiante de esta disciplina y, principalmente, como litigante, puedo realizar el mentís a esta delirante creencia.

Como se imaginarán, abordar este tema requiere de un vasto desarrollo de cada uno de los términos a los que alude el título del presente artículo –el cual, desde luego, no realizaremos-, habida cuenta de que el primero es un concepto filosófico, el cual a la fecha sigue siendo responsable de que muchos hombres se devanen los sesos elaborando amplios tratados. En cuanto al segundo, todos los libros referidos a la carrera de leyes, escritos por los “grandes copistas” que tiene nuestro amado país, nos colman de mil y un definiciones de dicho término, haciendo ostentación de la abundante bibliografía con que cuentan en su haber.

Si hay algo que recuerdo de mis lejanas primeras clases de derecho, son las palabras que un profesor espetó: “Muchachos, muchachas, ustedes son los futuros líderes del país… ustedes están cursando la más bella carrera profesional, la que regula el poder que detenta los hombres…Recuerden que nada escapa las esferas del Derecho, ya que éste nos acompaña desde que somos concebidos hasta después de fenecidos”.

Este discurso de bienvenida, además de rimbombante me pareció bastante demagógico. Señalarnos como futuros líderes del país por el sólo hecho de seguir esta carrera me produjo arcadas. Resultaba deplorable escuchar que por el solo hecho de ser abogado uno podría convertirse en un líder social que tuviera en sus manos los derroteros de nuestra patria, como si el liderazgo se midiera no por las actitudes y valores de los seres humanos, sino por haber sido receptáculo de clases impartidas por los reyes de las peroratas, en las que se nos decía que la ley es sinónimo de justicia.

Es entonces que, en aras de hacer despertar de ese sueño letárgico –al que se refiere Kant cuando lee la obra de David Hume- a quienes inician la carrera de derecho (o pretenden estudiarla), nos hemos propuesto pasar revista a los hechos que se viven en la realidad jurídica del país y así verificar que tan cierto es el discurso proferido por el docente de la universidad en la que estudié.

Por ejemplo, en nuestra Carta Magna, la Ley de leyes, en el artículo 22º se señala que el trabajo es un derecho y un deber (…). Lo de deber me queda claro, pero, en el sentido que toda persona que desee sobrevivir tiene que proveerse de los medios necesarios para su manutención y la de su familia, según sea el caso; sin embargo, en lo referido al trabajo como un derecho, me parece que no sólo es una irrisión plasmar eso en papel si se incumple en forma palmaria, como la gran mayoría del articulado de esa hojarasca llamada Constitución, que de verdad es pura letra muerta. Basta con salir a las calles para poder constatar el alto índice de desempleo que aqueja a la gran mayoría de peruanos, para desvirtuar lo afirmado, pese a que se bombardea con propagandas que dicen que se han creado miles de puestos de empleos –sin ningún tipo de beneficios laborales y con condiciones de trabajo deplorables- y que … ¡El Perú avanza! Avanza, sí, pero hacia el caos social, prueba de ello es la anomia que se ve reflejada en la indignación de miles de compatriotas que alzan su voz de protesta en cuantas manifestaciones se realizan en contra del gobierno.

Otro tema, en el mismo ámbito del Derecho Constitucional, es el que aborda el artículo 62º de ese mismo documento, referido a los sacro-santos contratos ley, que no son otra cosa que la garantía de impunidad para las grandes corporaciones que cometen miles de latrocinios, explotan y expolian nuestros recursos y a la mano de obra barata que encarnan los trabajadores, pero que, sin embargo, su aliado y cómplice, el gobierno, se encarga de resguardar el “cumplimiento” irrestricto de este beneficio, con el cobarde argumento de que, si se actúa de otra manera –manera justa, diríamos nosotros- los “grandes inversionistas” se retirarían, produciéndose de esta manera una estampida de capitales y, con ello devendría una apocalíptica crisis económica, ya que se le cambiaron las “reglas del juego” a las empresas, vulnerando el tan mentado concepto de la “seguridad jurídica”.

Es por ello que el guachimán de las corporaciones (el gobierno) busca que tener tanta injerencia en los otros poderes del Estado: El Legislativo, sí ese zoológico –con perdón de los animales que, de lejos están premunidos de una mayor inteligencia que muchos de los especimenes que ocupan una curul en el hemiciclo- que se encarga de la “creación” de las leyes, cuando en realidad, la gran mayoría sus integrantes terminan siendo los principales violadores de las normas, que nos lo digan sino los Menchola, los Ruiz (alias Mataperros), las Gonzáles (alias Robaluz), los Torres Ccalla (alias Violín), etc. El Judicial, que es el encargado de hacer cumplir las leyes por parte de toda persona y que, lamentablemente es en el que está más enquistada la corrupción (prueba de ello es la existencia de tantos operadores de la justicia, que cometen injusticias –delitos- a cambio de canonjías que van desde cuantiosas sumas de dinero, bienes inmuebles, muebles, favores sexuales, hasta un saco con chifles, sí señores, chifles, a ese extremo se ha llegado de negociar la “justicia” por unas cuantas bolsas de los deliciosos bocaditos producidos con el rico y nutritivo banano).

Así, podríamos recorrer cada una de las ramas de la disciplina que se ha dado en llamar Derecho, y encontraríamos ejemplos por doquier de las leyes injustas que existen, que se pretenden crear y que, desde luego se crearán, porque si hay algo que es innegable es que el derecho y la justicia, no necesariamente van de la mano, es más, la realidad demuestra tajantemente, que la mayoría de las veces el primero es enemigo acérrimo de la segunda, y ello se debe a que éste no sólo es creado por gente incompetente, sin el menor resabio de decencia, sino también a que es resguardado para su cumplimiento por individuos inescrupulosos que sólo buscan hacer una carrera para obtener poder y dinero a costa de los sufridos justiciables.

Y es que si me di cuenta de algo a lo largo de mi estancia en una facultad de derecho, es que como bien lo sostiene el filósofo argentino Mario Bunge, el derecho como herramienta –si como herramienta, porque no es una ciencia, aunque les pese a tantos huachafos que se hacen llamar juristas o científicos del derecho- de control social es obsoleta con lo cual no se cumple el rol al que aludimos al comienzo del artículo, que es la tan mentada paz social en justicia. La cual es inalcanzable si tomamos en cuenta que las normas que se elaboran no se hacen respetando el principio jurídico que reza que éstas deben dictarse sobre la base de la naturaleza de las cosas y no en razón de las personas, sino sobre la base de quien otorga mayores sobornos o beneficios tributarios, por ejemplo.

De ahí que debamos reparar en que el derecho tiene un sello de clase –algo que siempre me menciona mi padre, quien también es abogado, y quien me inspiró a seguir esta profesión-. Es por ello que siempre que me preguntaron en clases, sobre qué creía yo que era el derecho dijera que es un instrumento de opresión de quienes detentan el poder en una sociedad, con la finalidad de anquilosarse en las más altas esferas del mismo y, de esta manera, puedan mantener sus deleznables privilegios por encima de la gran mayoría de la sociedad desfavorecida y desatendida por el gobierno.

Y es que, si me convencí de algo es que la justicia y el derecho son incompatibles, al menos la impartida siguiendo el parámetro de un sistema opresor, en el que conceptos como equidad, igualdad, moral, ética, entre otros, no tienen cabida alguna. Es por ello que comulgo con aquella frase del Filántropo de Tréveris, Kart Marx, que señala: “Un derecho para ser igual, en verdad tiene que ser desigual, en esencia, no ser derecho”[1].

Desde que internalicé esa frase y comencé a conocer desde dentro al monstruo, me llevé una gran decepción, la carrera que había elegido era un obstáculo para hacer justicia, una incompatibilidad irreconciliable para hacerle frente a las iniquidades que se ven a diario. Fui víctima de lo que, Friedrich Nietzsche, describe muy bien como el ocaso de un ídolo, pues sí, había idealizado mi profesión, debido quizá a que percibía el desempeño de mi padre en la rama del Derecho Laboral, ejerciendo la defensa de trabajadores sindicalizados, y luchando porque se respeten los derechos laborales de los mismos producto de sangrientas batallas, encarcelamientos y muertes.

Hoy, si bien sigo ligado al derecho debido al empleo que desempeño y al litigio que tengo pendiente en nuestro expeditivo Poder Judicial, soy un convencido de que éste debe desaparecer, al menos el que existe en la actualidad. Sé que muchos dirán: ¡Oh no, la anarquía!, ¡Una revolución, no. Perdería mis privilegios!, entre otras frases. Sin embargo, ganaríamos algo, que es restituir a la justicia el lugar que se merece, nos haríamos sujetos más éticos. Y, aunque muchos nos acusarán de utopistas, nosotros nos defenderíamos con estas hermosas y fulminantes palabras del escritor galo, Anatole France: “La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor”.
Está en cada uno de nosotros elegir el camino que nos lleve a alcanzar la justicia o marginarla para siempre.

[1] Entiéndase igual como justo, según como desarrolla el tema el politólogo italiano, Umberto Cerroni, en su libro El Pensamiento Político, Ed. Siglo XXI.

jueves, 1 de octubre de 2009

LA MONOTONIA DE UNA VIDA


Un día cualquiera, común y corriente, es sinónimo de la monotonía de la vida que llevan - ¿debería decir llevo?- la mayoría de personas, sin que tan siquiera reparen en ello. Un día que sigue su aletargado trámite y que culmina en el momento en el que las agujas del reloj marcan las 00:00 horas. Horas que, para colmo de males, pasan a ritmo de tortuga y en las que un sujeto se pregunta minuto a minuto, segundo a segundo, qué hacer para cambiar el curso de tan tediosa y abominable forma de “vivir”.

Y es que entran a tallar tantos factores –sociales, económicos, emocionales- que nos permiten determinar el por qué de esta actitud abúlica de tantísima gente, que desarrollar cada uno de ellos, nos llevaría a realizar no un artículo, sino un trabajo monográfico o un tratado, los que, desde luego, no realizaré, no sólo debido a la extensión de los mismos, sino también, a la falta de erudición sobre dicha materia.

Sin embargo, amparándome en el derecho a la libertad de expresión –derecho tan mentado y del cual se hace un ejercicio abusivo por gran parte de “periodistas”, medios de comunicación, etcétera- consagrado en nuestra espuria Constitución, es que me atrevo a pergeñar estas líneas y mencionar la que considero es una de las razones por las cuales, gran cantidad de personas no dudan en doblegar su voluntad ante esta “enemiga de la vida”, y se dejan abatir por ella sin oponerle resistencia alguna, cual si la derrota fuera algo inexorable en tanto se trata de una titánide invencible para cualquier mortal.

La razón que esgrimo tiene –básicamente- un componente emocional, y está referido al que ya, el insigne escritor argelino, Albert Camus, expuso en “El Mito de Sísifo”, y que se resume en la visión que poseen muchas personas de que la vida es un absurdo, un sin sentido, absurdo que se ve magníficamente retratado en la escena que describe el autor ya mencionado, en la que Sísifo no escatima esfuerzo alguno para empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rueda hacia abajo, y éste se ve compelido a empezar de nuevo desde el principio.

Pues bien, hay quienes intentan darle a su vida un derrotero diferente, sea en el ámbito laboral, familiar o cualquier otro, y que por uno u otro motivo (ya sea la directiva de un jefe, el autoritarismo de alguna decisión de los padres), se topa con que la voluntad de querer cambiar la rutina de su vida se ve reprimida y, en seguida, decae, sintiendo que ya es inútil pretender realizar esfuerzo algun porque el objetivo es inalcanzable.

Desde luego, no es nada alentador estar inmerso en esta situación. Emocionalmente, es comprensible que muchos sientan que son la personificación de Sísifo, y entonces cesen en su lucha por escapar de la prisión de la monotonía; empero, está en cada uno de nosotros el querer ser condenados a cadena perpetua a seguir "viviendo" así, o si por el contrario, tomamos la firme decisión de querer liberarnos de esta injusta pena. Injusta porque muchas veces nos vemos sentenciados a padecerla por situaciones que si estuvieran en nuestras manos resolver, sin duda alguna, hubieran evitado este inicuo fallo (contar con un trabajo –en el mejor de los casos en los que se tenga uno- que reporte un salario digno que nos provea los medios económicos suficientes para tener un momento de solaz con la familia, por citar un ejemplo).

Sé que muchas personas piensan que si uno vive en la miseria económica es porque se trata de gente que “quiere todo fácil”, que es perezosa, gente que “quieren que todo se les dé”; sin embargo, habría que colocarse por unos minutos en la situación de áquella, y ver si es que sufriendo esa clase de carencias, es posible seguir sosteniendo esa clase de pensamientos. ¡Maldición, que lejos estamos de desarrollar una brizna de empatía, de sensibilidad social!

Soy consciente de que yo me encuentro muchas veces en ese trance de creer que estoy condenado a la cruel monotonía de la vida. Lo padecí durante año y medio que estuve desocupado (de ahi que hable con conocimiento de causa), cuando trataba de encontrar una razón por la cual estaba sin hallar empleo alguno, y, paradójicamente, lo padezco ahora, por el empleo que vengo realizando en mi actual centro de labores.

Habrá quien diga que soy una persona que no sabe agradecer a la providencia por contar con un trabajo, otras dirán que soy un inconsciente que no toma en cuenta que millones de personas en situación de paro quisieran estar en mi lugar, pero esos argumentos me parecen vacuos y demagógicos, no porque sea indiferente a la desgracia de la gente que está desempleada, ya que no soy una persona indolente y, más aún, porque de actuar así, estaría yendo en contra de mi ideología y de los valores que me inculcaron mis padres, sino que, como ya mencioné, la razón que yo atribuyo para que ciertas personas se dejen abatir por la monotonía de la vida, se rige principalmente por un componente emocional, motivo por el cual pueden verse afectadas no sólo personas de escasos recursos, sino también, gente acomodada, religiosos y demás.

Para culminar –y que lo que escribo a continuación no vaya a ser juzgado como uno de esos consejos que brindan los deleznables libros de autoayuda- quiero decirles que día a día brego en contra de esta imponente enemiga, y si lo hago es porque considero que el dejarse vencer sin luchar es un actitud cobarde, la cual me precio de no ostentar, y además, porque considero que ésta no es una actitud digna de que quien preconiza una ideología que propugna una guerra incesante contra la injusticia social, económica y política; y, como bien ya hice mención en un parágrafo precedente, la mayoría de veces en que uno es arrojado a esta cruel vorágine de la monotonía de la vida se debe a una causa injusta. De ahí que esté en cada uno de nosotros decidir entregarle el triunfo a la INJUSTICIA o, por el contrario, plantearle una ardua batalla, en la que, estoy seguro, si le hacemos frente con la perseverancia que se requiere, terminaremos blandiendo la bandera de la VICTORIA.